Querido Capitán:
Has llevado el timón de mi vida tanto tiempo, que casi me he acostumbrado a sentirme protegida en tus manos. Has dirigido el barco con tanto cariño, y con un rumbo tan apropiado que no tengo más remedio que agradecerte todos los amaneceres que he tenido gracias a ti.
Me has llevado de un puerto a otro durante mucho tiempo, enseñándome lo hermoso de la vida, viendo puestas de sol, tormentas en algún tramo del camino, y las más bellas imágenes de mi vida. No creo que exista un capitán tan especial como tú jamás.
El día de tu partida, no pude pensar más que en echarte de menos, era lo único que ocupaba mi mente. Los días de después fueron muy extraños, porque la única sensación que recuerdo es la de la esperanza por volver a verte. Hoy no tengo ninguna duda, de que ese encuentro se producirá tarde o temprano.
Lo más asombroso, fue que al abandonar el barco, me dirigí hacia el timón, tranquila y segura de que podía hacerlo. Fueron muchas las noches, que en silencio me quedaba mirándote, solo quería ver como disfrutabas dirigiendo nuestro barco. Y he aprendido a disfrutar de esos momentos de soledad, a agarrar fuerte ese timón, y a tener mis manos donde un día estuvieron las tuyas.
Hoy, capitán, me doy cuenta de lo duro que tuvo que ser para ti, de que no es tan fácil dirigir una nave tan importante, y de las consecuencias que esto puede traer. Es cierto que en los días soleados es cuando más se disfruta en la cubierta, pero nunca me hablaste de esas terribles tormentas.
Hay noches en que el barco se agita tanto que me dan ganas de llorar de la impotencia, que miro al cielo en busca de tu ayuda. No es fácil mantenerlo a flote entre truenos, saber que llevo personas a mi cargo como un día lo hiciste tú. Y aunque se que ellas son tan libres como yo, de agarrar ese timón, me siento un poco responsable de la estabilidad de este carguero. Quizá eso también lo aprendí de ti, todas esas noches en las que te espiaba.
Ahora, con el paso del tiempo, soy consciente de tu lucha diaria ante las olas, de todos esos malos momentos que nos ocultaste, para que solo pudiéramos disfrutar de los días de calma. Y esa conciencia, a veces me golpea demasiado fuerte contra el pecho, tanto que me deja sin aire que poder respirar.
He aprendido a tener menos miedo, ojala algún día consiga no tener ninguno, para llegar a ser tan buen capitán como lo has sido tú.
Esta semana, partiremos rumbo a otros mares, con el cuaderno de bitácora a punto, para dejarte constancia de un viaje más. Este te lo dedico, por todos los que tu te has ahorrado por mi.
Te mando un beso muy grande, con la promesa de seguir manteniendo el barco a flote. Espero que tu grumete no te defraude.
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